Por Alí Manzano
El 2 de enero de 1492 la capital del Reino Nazarí sucumbía al asedio sometido por las tropas castellano-aragonesas. La rendición de la ciudad de Granada fue mediante Capitulaciones, es decir, mediante el acuerdo entre dos Estados, el andalusí de Granada y los de Castilla y Aragón por otro Lado.
En estas Capitulaciones los Reyes andalusies entregaban la ciudad a los Reyes castellanos y aragoneses, reconociéndose vasallos, a cambio de que estos respetaran la lengua, religión, tradiciones, costumbres, instituciones y propiedades de la población de Granada.
El mismo año de la entrada de los Católicos reyes en Granada, se produce el primer incumplimiento de las Capitulaciones al expulsar a los granadinos de religión judía, posiblemente para no pagar las deudas contraídas con esta comunidad por la financiación de la guerra contra los andaluces.
Poco después comienzan las Pragmáticas (leyes) que intentaban asimilar a la población andaluza a los usos y costumbres de los vencedores, al mismo tiempo que eran gravemente perjudicados por las medidas económicas adoptadas por las nuevas autoridades impuestas por los conquistadores, lo que motivó que las primeras revueltas de los granadinos vencidos tuvieran lugar en el año 1,500, menos de dos años después de la entrega de la ciudad.
La respuesta de los Reyes castellano-aragoneses fue la represión militar, política, económica y cultural, quedando esta última en manos del Cardenal de Toledo, el Cardenal Cisneros, que en una nueva pragmática prohíbe a la población granadina el uso del idioma árabe y de los dialectos andalusies, tanto en los escritos administrativos o jurídicos como en la vida cotidiana, en las transacciones comerciales, o en documentos civiles. Se prohíbe también la posesión de libros escritos en árabe, debiendo ser entregados a las autoridades castellano-aragonesas para su quema. Las penas por la posesión de libros o de escritos en árabe o dialectales fue de una brutalidad ejemplarizante con el objetivo de borrar toda huella del idioma y la cultura de la población conquistada.
De esta forma, se incautó una gran cantidad de libros, que fueron apilados en la plaza de Bib-Rambla de Granada donde fueron quemados. Entre estos libros había tratados de medicina, botánica, filosofía, religión, historia, astronomía, álgebra, geografía; también fueron quemados ejemplares de la Biblia escritos en árabe, así como otros ejemplares de las comunidades cristianas y judías escritos en este idioma.
Numerosos autores consideran estos hechos como uno de los mayores ataques al conocimiento humano producidos en la historia de la humanidad.
Desde el “españolismo” se nos presentan los hechos como una guerra de religiones, los cristianos del norte contra los musulmanes del Sur, o una guerra entre hermanos. Ni fue una guerra de religiones, ni los conquistados pertenecían al mismo pueblo que los conquistadores.
Los hechos demuestran que la represión no iba encaminada exclusivamente a erradicar el Islam de Al-Andalus, ni fueron los musulmanes los únicos damnificados por la represión de los conquistadores. El saqueo de los primeros momentos dio paso a la ocupación permanente de una tierra extensa y rica, para lo que era necesario desarmar ideológica y psicológicamente a la población autóctona, eliminar los elementos de cohesión social, romper las herramientas de transmisión del conocimiento, de la identidad y la cultura; la lengua y la escritura son las herramientas imprescindibles para que un pueblo mantenga la cultura y la cosmovisión heredada por sus antepasados. Quitarle la lengua y la escritura a un pueblo es romper el cordón umbilical que le une a su pasado, es dejarle sin defensas ante la agresión cultural e identitaria.
No le quitaron el habla y la escritura a los musulmanes de Al-Andalus, se la quitaron a todos los andaluces independientemente de su cosmovisión espiritual; nos las quitaron a todos los andaluces, a los de ayer y a los de hoy.
La represión cultural e identitaria continúa hoy, aunque ya no quemen los libros en las plazas; continúan con métodos más sutiles, mediante la invisibilización de nuestro pasado, la manipulación de nuestra historia, la aculturación de nuestros jóvenes, la sustitución de la historia por mitos y leyendas que justifican la conquista y el genocidio cometidos contra el pueblo andaluz, su cultura y su identidad.
A pesar de la dura represión que ya dura más de 500 años, la resistencia del andaluz a la asimilación, unas veces activa, otras pasiva, ha permitido que sobrevivan rasgos diferenciadores con el idioma impuesto por el colonizador, y que a través de estos podamos recuperar la identidad y cultura oculta tras la capa de “españolidad” con la que han tratado de amansarnos. Blas Infante, cuyo conocimiento e intuición le llevó a difundir teorías que años más tarde pudieron ser demostradas, nos llama la atención sobre la forma de hablar de los andaluces: “el lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellanas. Al alifato, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta representación gráfica de aquellos sonidos. Sus signos representativos hubieron los árabes de llevárselos con su alfabeto, dejándolos sin otros equivalentes en el alfabeto español. Tal vez hoy alguien se ocupa en la tarea de reconstruir un alfabeto andaluz. ”
Recordar nuestro pasado es el mayor acto revolucionario que hoy podemos cometer, un ejercicio de memoria que frenará la asimilación identitaria a una cultura y cosmovisión impuestas por los mismos que intentan destruir nuestros vínculos con nuestro pasado y nuestra cultura.
De nosotros depende que a las próximas generaciones de andaluces no se le salten las lágrimas por la impotencia de no poder leer las inscripciones que nuestros antepasados dejaron en los libros de piedra que han sobrevivido al expolio y al saqueo: Alhambra de Granada, Mezquita de Córdoba, Giralda de Sevilla, Alcazabas de Málaga y Almería…y otros muchos monumentos aún conservan esa escritura prohibida, maldita, estigmatizada por el poder colonizador que busca la uniformidad como arma de control y sometimiento.
Alí Manzano