
El Salât, el Recogimiento ante Allah, al menos cinco veces al día, haciendo participar al cuerpo, la inteligencia y el corazón, en estado de pureza, es el segundo de los pilares del Islam tras el de la pronunciación de la Shahâda (la fórmula: lâ ilâha illâ llâh Muhammadun rasûlullâh, no hay más verdad que Allah, Muhammad es el Mensajero de Allah, con la que se accede al Islam y el ser humano se libera de la idolatría). La Shahâda es el núcleo del Islam y el Salât es su columna vertebral: le da forma a la vez que estructura la cotidianidad del musulmán en torno a momentos de profunda espiritualidad. El Salât es completo y perfecto, sencillo y, a la vez, profundo.
El Salât pone al musulmán en Allah y lo sumerge en Él. Le obliga a interrumpir su ubicación en el mundo para consagrarlo a un encuentro con lo eterno. Su práctica es imprescindible, y es una disciplina exigente que se propone mantener y afianzar la estrecha vinculación del musulmán con su Señor, la Verdad que lo hace ser en cada instante.
El Salât es un acto de claudicación absoluta, de rendición incondicionada a Allah. No es rezar, sino dar forma a la dependencia y sintonía de nuestro ser con la Verdad que rige todas las cosas, Allah Señor de los Mundos. Durante el Salât, el musulmán realiza con su cuerpo gestos determinados de una manera precisa sin que pueda salirse de ellos, no dice nada propio sino que recita partes del Corán, y entrega por completo su corazón a Allah con el olvido de sí mismo. Nada le pertenece, el Salât es abandono y renuncia ante Allah.
El Corán enseña que lo más grande del Salât es el Dzikr de Allah, el Recuerdo de Allah. El Salât es un momento de Recuerdo, pero el Recuerdo no es una simple operación mental. Quiere decir que ‘Allah aflora’. Efectivamente, puesto que el Salât es un acto en el que el ser humano queda atrás, lo que emerge es la Verdad de Allah, y eso es lo que el musulmán paladea dentro del Salât. Lo inmenso del Salât, su poder, es que su alcance está más allá del que lo realiza.
Pero en este artículo no pretendemos hablar del Salât ni de sus secretos, sino de otros temas estrechamente relacionados con él. Otra práctica fundamental es el Du‘â, la Invocación, recomendada especialmente para aprovechar los momentos que siguen al Salât, pero también cualquier otra ocasión es propicia, y de modo especial el seno de la noche. El Du‘â consiste en rogar a Allah. Es importante porque su beneficio más inmediato es que el ser humano reconoce sus carencias y significa que reconoce en su Verdadero Señor al Único capaz de satisfacer su insuficiencia. Con el Du‘â, el musulmán afirma una de las enseñanzas básicas del Islam, la de que sólo Allah es Eficaz. El Océano de Unidad en el que se sumerge con el Salât es la razón de ser de todo, y acude al Uno-Único para curar sus males, sus carencias, sus temores, y cimentar sobre la Verdad Creadora toda su existencia.
La cortesía (el ádab) preside el Du‘â. Esto quiere decir que debe contener expresiones de elogio a Allah (zanâ, hamd). Esa alabanza es expresión de reconocimiento; pero, más bien, es expresión de ‘conocimiento’ de Aquél al que dirigimos nuestros ruegos. El musulmán, durante el Du‘â, no está ‘ante cualquier cosa’, y retrata a su Señor, lo identifica, exalta su Poder y su Unidad, su Capacidad y su Dominio, que es a lo que ‘acude’ el musulmán, y la mejor de las maneras es la cortesía del elogio. El Du‘â debe contener también fórmulas de Istigfâr, de petición de magfira, pues con esto el corazón declara su insuficiencia y su intención de purificarse y hacerse merecedor de los dones de Allah. Al fin y al cabo, el Gufrân, la magfira, es lo más noble que puede ser pedido por el ser humano, porque es alcanzar la Paz, de la que a su vez derivan todas las bondades. El Istigfâr es muy importante para que la conciencia del que hace el Du‘â se abra realmente hacia Allah. Por último, en el Du‘â no puede faltar la solicitud de bendiciones y paz para el Profeta (s.a.s.). Esa ausencia sería signo de avaricia e ingratitud. Sidnâ Muhammad (s.a.s.) -y con él todos los demás profetas- fue quien ha abierto ante nosotros estas puertas, y su recuerdo en el Du‘â es el puente tendido hacia Allah.
El Du‘â puede adquirir la forma de un Coloquio Íntimo con Allah, y recibe entonces el nombre de Munâÿâ. El Diálogo con Allah es posible porque Él habla, y su Palabra es Eterna. Su Palabra es el Corán. El musulmán dialoga con Allah en la mediación del Libro Revelado. Queremos presentar en Musulmanes Andaluces un ejemplo de Munâÿa, la que el Sháij Sidi Ahmad al-‘Alawi aconsejaba a sus discípulos que recitaran todas las noches, o al menos la noche del viernes (que para nosotros es la noche del jueves, ya que en el Islam la noche es anterior al día). Entretejida sobre citas coránicas, es una verdadera conversación en la que el Allah y el ser humano hablan. Pronunciar el Corán es, para cualquier musulmán, un verdadero misterio, porque, en realidad, el Corán ‘es de Allah’, es Él el que lo emite. Aunque sea el hombre el que aparentemente pronuncie esas palabras, ‘son de Allah’. Por ello, en la Munâÿâ, se produce efectivamente un Diálogo, un encuentro íntimo con el Señor de los Mundos.
Fuente: musulmanesandaluces.org