
Por Alí Manzano y Joan Batlle
El pasado martes un policía francés asesinaba al joven Nahel en uno de los suburbios de París, en un control de tráfico. Un disparo a bocajarro en el tórax acababa con su vida.
Nahel era un joven de 17 años de ascendencia argelina, de familia musulmana en situación de precariedad como la gran mayoría de los habitantes de los suburbios de las grandes ciudades francesas.
El brutal asesinato a manos de la policía francesa ha provocado una oleada de protestas con incidentes violentos en las calles, incendios de vehículos y edificios y saqueo en comercios por todo el país. Ya son cuatro las jornadas de disturbios, para los cuales se han movilizado especialmente los jóvenes de clase trabajadora de las periferias francesas y muchas personas negras y musulmanas, que ven en el asesinato del joven de 17 años un crimen de odio racista por parte de la policía y una situación de desigualdad y discriminación estructural por parte del Estado francés.
Las principales ciudades del país, como París, Marsella, Lyon, Nantes o Toulouse, se han visto especialmente afectadas por por el caos generado por los disturbios, a consecuencia del malestar existente en los suburbios empobrecidos, víctimas de un racismo sistémico, del empobrecimiento estructural y de la progresiva pérdida de derechos sociales y laborales. Por esa razón se considera al Estado como el enemigo al que combatir, focalizado especialmente en la Policía, y en los edificios públicos, representantes del poder del Estado y de la clase a la que este sirve, la burguesía francesa. El componente identitario y étnico de personas marginadas por su origen, religión o etnia es otro de los componentes que incitan a la rebelión.
Codo a codo con estos jóvenes los sectores mas conscientes del resto de la clase trabajadora han dado su apoyo a la lucha, produciendo concentraciones masivas de repulsa al asesinato, como la llevada a cabo Nanterre ,que como otras muchas, no han sido recogidas por los medios de comunicación.
Según balances facilitados por el ministerio del Interior, han sido detenidas 1,300 personas, se han contabilizado más de 2,500 incendios y más de 1,300 vehículos calcinados.
Estos son los hechos, preocupantes, sobre todo para la burguesía francesa y para el resto de burguesías europeas que ven en la rebelión de los sectores más empobrecidos de la clase trabajadora un elemento de desestabilización que puede afectar a sus intereses económicos y a la pérdida del control político y social sobre sus clases trabajadoras.
Hasta el momento, la burguesía había tenido el monopolio de la violencia, ejercido de forma activa por los cuerpos policiales y el ejército, y de forma coactiva por el sistema judicial y político. En el momento en que la clase trabajadora no acepta este monopolio y a la violencia estructural y sistémica responde con la legítima defensa, la lucha de clases pasa a otro nivel, donde las “democracias” occidentales van a mostrar su verdadero rostro, muy alejado del discurso “democrático” y de “derechos humanos” que nos tienen acostumbrados.
El Estado francés ya está sacando algunas de las herramientas de las que se ha dotado (como el resto de Estados burgueses) para el control de la población. Nos referimos a la religión y el deporte. En este sentido, deportistas famosos y súper millonarios como el futbolista Kylian Mbappé, nacido en un suburbio francés, está llamando a la calma y a deponer las actitudes violentas, pidiendo a los “miserables” (término adoptado por parte de la prensa y organizaciones políticas para designar a la población de los suburbios) el final de la violencia y la confianza en las instituciones. La Federación francesa de futbol, en comunicado público también hace un llamamiento a la población sublevada para el cese de la violencia.
Por su parte, la “Conferencia de responsables de culto en Francia” (CRCF), organización que agrupa a todas las confesiones religiosas francesas, ha hecho un llamamiento “… a salvaguardar y consolidar el necesario vínculo de confianza entre la población y las fuerzas del orden…”
En estos últimos años de violencia policial, política y jurídica, ningún estamento francés ha hecho un llamamiento al cese de la violencia contra la clase trabajadora, por lo que hacerlo en estos momentos, exigiendo a los participantes en las revueltas el cese de la violencia, supone situarse al lado del poder para el restablecimiento del status-quo anterior y la rendición de la clase trabajadora
Los dos grandes mecanismos de alienación y sumisión, el deporte y la religión(1) (con la imprescindible colaboración de los medios de comunicación) han sido la vanguardia de la burguesía en la lucha por la desmovilización de la clase trabajadora.
Si la desmovilización fracasa, la violencia del Estado puede ir en aumento hasta llegar a niveles aun no vistos en la “democrática Francia”.
En la lucha por el relato, se está siguiendo la estrategia de estigmatizar a la población de los suburbios, de mayoría musulmana, árabe y negra, justificando un aumento de la represión que ya se venía produciendo desde hace años con la implementación de leyes “antiterroristas” y leyes “anti radicalismo” que afectaban a los musulmanes de los suburbios y a sus organizaciones sociales, culturales y deportivas, con la intención del control social a una población potencialmente conflictiva por su situación de marginalidad y empobrecimiento.
Esta presión para romper toda estructura social y colectiva y todo símbolo o sentimiento “identitario”, comienza con la Ley del 2004 sobre el uso de símbolos religiosos en las escuelas… y especialmente en los cuerpos de las alumnas, prohibiendo el uso del hiyab y de otra simbología.
En una nueva Ley del 2010 se prohíbe el uso del burka y el nikab en espacios públicos.
Con la Ley del 2016 sobre terrorismo y la radicalización se permite la clausura de lugares de culto y de “organizaciones religiosas que promuevan el terrorismo”.
En el 2017, otra vuelta de tuerca más con la Ley sobre el “fortalecimiento de la seguridad interior y la lucha contra el terrorismo”. Esta Ley concedió más poder a las fuerzas policiales para la vigilancia de cualquier persona que fuera objeto de su decisión.
Todas estas leyes y sus consecuencias para la población de los suburbios de las grandes ciudades francesas han generado el sentimiento de ser una población marginada, vigilada, sometida a un apartheid social.
En los últimos años, se ha ido desarrollando en Francia el concepto de “separatismo islamista”, en referencia a la dificultad del Estado francés respecto a la asimilación cultural de la población migrante, para señalar y estigmatizar a la población musulmana de los suburbios, como paso previo a la represión y como justificación de esta. El Estado francés (su burguesía), como hemos visto, se ha ido blindando desde hace años para ejercer la represión desde diferentes formas y con todo el poder del Estado: reformas legales que favorecen el control de la población, aumento de presupuestos y efectivos policiales, colaboración judicial en la impunidad policial y en la represión ciudadana.
Un relato y unas medidas políticas, judiciales y policiales encaminadas a favorecer la creencia en una guerra religiosa, en un “islamismo” que pone en peligro los valores de la República francesa. Por estos motivos se justifican las agresiones políticas, judiciales y policiales, además de las mediáticas contra cualquier símbolo o rasgo físico que no cumpla con los stándares “Republicanos” franceses.
Todos estos relatos que desde las instituciones de poder y sus medios de comunicación se lanzan a la opinión pública, solo tienen por objetivo esconder la realidad, ocultar un problema que vienen vislumbrando desde hace décadas y que se está agravando con la participación en el conflicto bélico de Ucrania entre Rusia y la OTAN: la crisis económica que está haciendo descender dramáticamente la tasa de beneficio de las empresas francesas y la necesidad de reducir drásticamente salarios, derechos laborales, derechos sociales, prestaciones, etc. a la clase trabajadora.
Y sobradamente saben que las revueltas no están producidas por una ideología “islamista” que quiere imponer en Francia otros valores culturales y políticos, ni pretenden construir en Francia sociedades independientes al margen de las instituciones. Saben, mucho antes de que se produjeran los primeros conflictos, que estos son consecuencia de la lucha de clases, producida por la situación de precariedad de la clase trabajadora, cuyos miembros más empobrecidos coinciden con la población migrante-descendiente,que a su condición de clase trabajadora han de añadir la discriminación racial por su nombre y aspecto, convirtiendo su pasaporte francés en papel mojado al ser tratados como extranjeros en su propio país.
Desde los sindicatos policiales y la extrema derecha francesa se están haciendo llamamientos a la lucha contra los “miserables”, a la violencia contra la clase trabajadora, con la excusa de un conflicto religioso y un ataque a los valores “republicanos”
Ante esta situación, los que seguimos una vía espiritual, seamos cristianos o musulmanes, tenemos que ponernos, siempre, del lado de los oprimidos, del lado de los “naide” del lado de los que llevan padeciendo la injusticia desde hace siglos, desde que el eurocentrismo europeo y occidental creó el capitalismo con la conquista de Al-Andalus en un primer lugar y la de América a continuación, dando lugar al colonialismo y a la explotación de seres humanos y de pueblos.
Lo que hoy está sucediendo en Francia, es un capítulo más de la lucha contra un sistema capitalista en su fase agónica que ya no es capaz de dominar la insurgencia de los pueblos y de la clase trabajadora. La configuración de un mundo multipolar está acelerando la decadencia capitalista en su fase imperialista y el mantenimiento de la hegemonía solo pueden mantenerlo temporalmente mediante la fuerza. La progresividad con la que se está desarrollando la crisis económica está llevando cada vez a más capas de la clase trabajadora a situaciones de pobreza, lo que va a aumentar la conflictividad y en muy poco tiempo, no solo van a ser los barrios empobrecidos de los suburbios los que se subleven contra el Estado de la burguesía, sino otras capas de la sociedad que hasta el momento se habían mantenido a salvo de las consecuencias de la crisis capitalista.
Notas:
1.- Consideramos la religión como la espiritualidad institucionalizada, controlada por el poder y al servicio de este, frente a una espiritualidad que busca la libertad del ser humano mediante el compromiso con una cosmovisión que parte de los derechos de todos los seres humanos a una vida digna y en situación de igualdad. Mientras que la religión es reaccionaria, la espiritualidad es revolucionaria en el sentido que favorece un cambio radical en la relación entre los seres humanos y los pueblos.