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Por Daniel Gil Flores

Luz Gómez (2014) señala que en España uno de los polos del discurso islamófobo, anterior incluso a la aparición de una islamofobia social, es un sector de «la intelectualidad española que protagonizó la transición democrática de la década de 1980 y que en el siglo XXI re-crea sus antagonistas: el oscurantismo franquista adopta hoy el formato islámico y se le acusa de parecidas lacras» (p. 52). Se trata de una «islamofobia de corte intelectual y racismo soterrado» (ibíd.). Pilar Rahola, antigua dirigente de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) es «uno de los ejemplos más conspicuos de islamofobia intelectual» (ibíd.: 71) procedente de la izquierda. Aunque en general, como ocurre también en otros países, la adopción de posiciones islamófobas muchas veces

forma parte de desplazamientos ideológicos más amplios o más difíciles de ubicar en los términos clásicos de izquierda-derecha (como ocurre por ejemplo con Serafín Fanjul o Gabriel Albiac).

Las segmentaciones y debates del feminismo y la izquierda en Francia respecto a la prohibición del hiyab solo se han dado de manera incipiente en el caso español (Ramírez, 2014b). Feministas como Celia Amorós (2009), Victoria Sendón (2010), Soledad Gallego-Díaz (2009), Rosa María Rodríguez-Magda (2007) o Amelia Valcárcel (Landaluce, 2016) representarían en España la corriente de feminismo liberal que «considera que la subordinación se inscribe en un proyecto patriarcal transnacional, transcultural y transhistórico y que por ello solo existe una forma de liberación posible, pues esta se considera objetiva y universal» (Mijares, 2014: 195). Dicha forma de liberación sería el proyecto ilustrado y secularizador europeo, respecto al cual existe un ranking civilizatorio en el que las sociedades árabes e islámicas ocupan el último lugar (ibíd.). La escuela pública española parece ser el principal terreno en el que se concretan las pretensiones de salvación laica y progresista de las alumnas musulmanas (ibíd.), pero aun así la cuestión del hiyab no ha llegado, en España, a constituir un elemento importante de debate público, ni tampoco en el seno de la izquierda o los feminismos, aunque se haya dado puntualmente tanto en una como en otros. Solo a título de ejemplo, Eugenio del Río, antiguo dirigente del MC y miembro prominente de la organización sucesora Acción en Red y de la revista Página Abierta, comentaba en 2004 el asunto del velo en Francia apoyando las tesis prohibicionistas:

A menudo, cuando se manifiesta una preocupación por la libertad de las chicas que desean acudir a la escuela tocadas con el pañuelo islámico, se echa en falta una preocupación por lo menos similar por las jóvenes, aparentemente mucho más numerosas, que no desean llevar el pañuelo islámico y que son sometidas a presiones en su medio familiar o comunitario.

Es preciso tener en cuenta que la prohibición legal tiene un reverso que no acompaña a la no prohibición, cual es una mejor salvaguarda de la libertad de estas últimas. A partir de septiembre, cuando empezará a aplicarse la nueva ley, estarán más y mejor protegidas: su voluntad se verá reforzada por una ley que se podrá esgrimir ante quienes ejercen las mencionadas presiones en el hogar o en el barrio. Esto es algo que sólo puede asegurar una ley que excluya la presencia del pañuelo islámico en la escuela pública. (Del Río, 2004)

Aunque este debate sea incipiente, sí puede desarrollarse al calor de la problematización de la diversidad y de las migraciones que se está dando actualmente en una parte de la izquierda. En efecto, la pérdida de terreno frente a los fascismos y posfascismos ha dado pie a un género autocrítico con el distanciamiento de la izquierda respecto a la clase obrera —o a la «gente común»— y sus preocupaciones (Halimi, 2016a; Hernández, 2017ab; Schwarz, 2017; Lenore, 2018; Sánchez-Cuenca, 2018; Ovejero, 2018; Bernabé, 2018).

Aunque este discurso no desconoce la importancia de «las nuevas demandas civiles de las minorías y del feminismo y ecologismo», sí señala que se han articulado «a costa de abandonar a los segmentos más desprotegidos de la clase trabajadora» (Garzón, 2016).

Lo cual da paso al corolario que identifica a la clase obrera —o a la «gente»— con la clase obrera «blanca» (y masculina)(136) , y señala de manera más o menos explícita, según los casos, el lastre que supone para la izquierda ocuparse de cuestiones que suponen poco significativas o incluso contrapuestas a las preocupaciones de la gente común, como la igualdad de género, la libertad sexual y, por encima de todo, la solidaridad con migrantes y minorías culturales (Bernabé, 2018). El discurso sobre el aburguesamiento multiculturalista y feminista de la izquierda se recupera y amplifica con cada avance de la ultraderecha. Žižek (2016), por ejemplo, reafirma el antagonismo de clase como sobredeterminante de todos los demás y señala que el feminismo y el antirracismo

funcionan «como una herramienta ideológica de las clases medias altas para afirmar su superioridad sobre las clases bajas» (p. 71). Žižek aporta posiblemente el mayor argumento de autoridad, desde la izquierda, a la problematización del islam y de las migraciones. Sin embargo, el gran hito en España ha sido la publicación de La trampa de la diversidad de Daniel Bernabé, periodista en varios medios de izquierdas (Público, CTXT, El Salto, La Marea) que, como su título indica, razona que la centralidad que han adquirido en la política las cuestiones ligadas a la identidad (de género, cultural, sexual, etc.) constituye una «trampa» que sirve para ocultar la persistencia de las contradicciones

de clase.

A partir del mismo, ha arreciado un debate (Rodríguez, 2018a) cuyos planteamientos más críticos —los que invitan a un retorno a las referencias clásicas de la izquierda y los que por el contrario avanzan propuestas más pospolíticas— tienen en común considerar que las cuestiones raciales y las migraciones constituyen un problema para ensanchar la base social, en la medida en que desprotegen a la clase obrera local. En esa línea, con matices, se han manifestado recientemente personajes de bastante calado en la izquierda española como Julio Anguita, Manuel Monereo y Héctor Illueca (Monereo, 2018ab; Rodríguez, 2018b).

Este debate es espoleado además, reactivamente, por otro debate creciente en torno al racismo y antirracismo en la izquierda española (del que esta misma tesis es un ejemplo), y que provoca reacciones defensivas que minimizan la importancia de la cuestión racial.

Como señala Tyrer (2017: 90-91), las resistencias antirracistas se desactivan desvinculándolas de lo político a través de dos operaciones: primera, situar al nosotros «blanco» como víctima del multiculturalismo; segunda, deslegitimar la expresión reivindicativa de la diferencia cultural como canal de movilización contra el racismo por parte de las personas racializadas, y es especialmente a esto a lo que se está aplicando una parte de la izquierda.

136, Según Dancygier (2017: 64-65), los originarios de países de mayoría musulmana en Europa globalmente tienen mayores índices de paro y peores salarios que sus conciudadanos de origen nativo. Sin embargo, la clase obrera nativa, votante de izquierdas o de derechas, tiene también más reticencias a las políticas de no discriminación respecto a las personas de origen inmigrante, que son percibidas como competidoras por los recursos sociales.

Extraido de la TESIS DOCTORAL: Islamofobia, racismo e izquierda: discursos y prácticas del

activismo en España.

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