
Extracto de la Tesis Doctoral «Islamofobia, racismo e izquierda», de Daniel Gil Flores.
El presente extracto que ofrece «Islam sin Dios», es una entrevista realizada a tres personas de la «izquierda» madrileña durante el gobierno municipal de Manuela Carmena.
Como podemos ver, se quedan en la superficie de un problema real, la islamofobia y el racismo que afecta a unas amplias minorías de ciudadanos. Como ocurre con toda la izquierda sistémica, cierran los ojos a las causas de la islamofobia y al sistema económico y político que la genera: el capitalismo y el discurso colonial que impera en las izquierdas occidentales, cuyo objetivo es «integrar» mediante la «asimilación» a la cultura y valores occidentales a todas las personas que sufren una «sobre explotación» justificada en el discurso colonial aún vigente en las sociedades occidentales. (Islam sin Dios)
Los movimientos sociales desde identidades mayoritarias: Eva, Débora, Elisabet y Adán
Eva y Débora han encuadrado toda su actividad política en los ámbitos de la autonomía y el feminismo. De hecho han compartido militancia en diversos espacios y actualmente lo hacen en la Fundación de los Comunes, aunque con diferentes grados de implicación debido a sus circunstancias personales respectivas.
Eva es madrileña, tiene 44 años, es licenciada y trabaja en la Administración como funcionaria. Se define como una persona de «clase baja» que accedió a estudios universitarios y a cierto bienestar social gracias a que su infancia y adolescencia coincidió con una época de crecimiento económico. Ha tenido cargos políticos municipales en la legislatura 2015-2019. Define la autonomía como: Una concepción de la política en la que […] se mantienen las claves políticas clásicas, si quieres, de la lectura marxista de la realidad, ya digo, tamizada por la contemporaneidad y la evolución del propio sistema capitalista pero que descansa todavía en ese diagnóstico de clases, de explotación, de crítica del sistema capitalista, pero que pone énfasis en la construcción de la diferencia, o sea en la capacidad de los sujetos subalternos de construir nuevos espacios y nuevos paradigmas, y en el fondo pensar que eso es una especie de máquina de guerra que puede llegar a ser más potente que el propio capitalismo.
Su definición de «sujetos subalternos» no está ligada exclusivamente a la clase sino que considera que en la lectura que hace de ellos «la autonomía está ya muy presente la poscolonialidad, las cuestiones de poscolonialidad, del género», aunque matiza: «Igual en la referencia ideológica que yo tengo [la de la autonomía obrerista] es cierto que sí que en un origen estaba siempre muy vinculada a la clase, la clase blanca, digamos y la evolución del sujeto obrero blanco masculino». Sin embargo reconoce como una de las bases de su proceso de politización un feminismo «no identitario» que realiza una deconstrucción de ese sujeto obrero masculino y blanco. Su motivación principal para la militancia es de «resistencia extrema» ante una situación política, económica y social que considera «dramática», en la que se libra una batalla del «capital contra la vida». Dicha batalla se libra sobre todo en el terreno de «los comunes» (servicios sociales, servicios públicos…), pero también de asuntos como la movilidad vital, el derecho a poder huir de un país en guerra y buscar asilo. Lo que se está jugando, señala, es que «todo, absolutamente todo, puede ser objeto de comercialización y de explotación, por tanto de exclusión y privación». Considera que los «nuevos fascismos», como el que representa Trump en Estados Unidos o Salvini en Italia constituyen una especie de reedición del nazismo y un salto cualitativo respecto a la etapa neoliberal. A la pregunta de en qué estriba esa diferencia, señala que está íntimamente relacionada con el racismo, más que, por ejemplo, con «los roles de las mujeres»: El fascismo también se caracteriza por el machismo, y Donald Trump es un ejemplo […] pero ya la batalla por ese tipo de actitudes machistas yo creo que está tan ganada públicamente […]. Sin embargo, el tema del racismo para mí es esencial en el discurso de Donald Trump de las fronteras… de Donald Trump, del Falciani [sic, por Salvini] este, italiano […]. Yo oír a Donald Trump hablando así de las fronteras, es que estoy viendo a Hitler hablando de los judíos en Alemania.
Su idea es que si bien el machismo es un elemento importante del fascismo, es también transversal a otras circunstancias políticas como «el sistema comunista». En cambio el racismo, sugiere, es un rasgo esencial del fascismo y por tanto del horizonte político posible. A pesar de que pone el racismo y la diversidad en el centro de sus motivaciones políticas, no tiene en realidad un contacto directo con el antirracismo. De hecho creo que eso la incomoda y hace un esfuerzo por suplirlo mediante el discurso y la referencia a compañeras de militancia que sí tienen esa actividad antirracista, como Débora, precisamente.
Débora tiene cincuenta años y es hija de una familia de clase media, con estudios en un colegio privado y licenciatura universitaria. A lo largo de su vida militante, dice, se ha pensado a sí misma como una persona en posición de privilegio respecto a otras realidades con las que ha convivido. Sin embargo, ahora, «en vista de que la gente saca currículums a relucir», también quiere señalar que procede de una «típica familia emigrante de pueblo española» de orígenes bastante humildes. Piensa que estas raíces suelen quedar invisibilizadas bajo el manto de la clase media y que sin embargo son las que afloran cuando «te desclasas y haces política desde otros lugares». Es un miembro activo de la Fundación de los Comunes y de diversos espacios feministas, autónomos y antirracistas, siempre ajenos a un ámbito partidista que parece considerar ontológicamente distinto de los movimientos sociales. De hecho, no ha tenido como Eva una implicación con el gobierno de Ahora Madrid. Más que definirse discursivamente, Débora hace una genealogía de su militancia, que es también la de una parte importante del antirracismo madrileño. Vincula fuertemente su activismo a una transformación global de la propia vida, no solo en cuanto al empleo del tiempo —como es habitual en los activistas— sino a un modo de estar en el mundo que implica la propia reproducción de las condiciones materiales de vida y la relación con los demás. Tuvo un primer contacto con la política en la Asamblea Feminista de Mujeres de la universidad, pero luego abandonó tanto la militancia como el ámbito de sus estudios (ciencias políticas y sociología) para dedicarse a la artesanía. Hasta que años después, el contacto con el movimiento de okupación dio un giro a su vida. Estuvo en la casa okupada de mujeres La Escalera Karakola y en las diferentes etapas del CSOA El Laboratorio, y a partir de ahí, «fueron saliendo como proyectos y espacios colectivos que han ido derivando hasta lo que estoy ahora». Fue una de las artífices de Precarias a la Deriva, investigación-acción sobre el trabajo precario de las mujeres para pensar un concepto y una realidad, la de la precariedad, de la que entonces apenas se empezaba a hablar (2001-2002) y que estaba en relación con la precarización neoliberal del empleo que irrumpió con fuerza desde mediados de los años noventa en España. De ahí surgió el Laboratorio de Trabajadoras Todas a Cien, una de cuyas líneas se centraba en el trabajo doméstico y por tanto colaboraba con trabajadoras domésticas que eran mayoritariamente de origen migrante. Participó en los diversos encierros de personas migrantes que se dieron en Madrid en esos años, lo que supuso, dice, «un encuentro, un cruce con la libertad de movimiento —con la no libertad de movimiento—, con la ley de Extranjería y todo lo que tenía que ver con migración, fronteras» y más tarde en la creación del Ferrocarril Clandestino, red de apoyo a migrantes surgida de la caravana a Ceuta en 2005.
Elisabet se percibe como «hija de trabajadores» y «trabajadora», a pesar —dice— de la ocupación principal que tiene en el momento de la entrevista, que es un cargo político de libre designación en el Ayuntamiento de Madrid. Como Débora, es muy reacia al ámbito partidista y vincula su interés militante a los movimientos sociales, y ello pese a su pertenencia a dos iniciativas municipalistas (Instituto por la Democracia y el Municipalismo y Ganemos) que han derivado en un partido político (Ahora Madrid). No se siente muy cómoda en la institución y de hecho adoptará posturas bastante críticas a lo largo de la entrevista, especialmente con la gestión del problema de los manteros. De hecho, inicia la entrevista evocando el tema. Es vaga en su autocaracterización política: se define como una persona con conciencia de clase aunque señala que, al contrario de lo que podría suceder con «la izquierda más clásica», no centra su acción política en ello.
«Antes de situarme a la izquierda, a la derecha, en el centro o no sé dónde, pues es como que tengo claro los espacios en los que quiero colaborar y un poco a lo que tiendo», dice.
Vincula su activismo a su actividad como periodista, habitualmente en medios alternativos, y a la idea de que «la verdad es siempre revolucionaria».
Adán tiene 58 años. Es madrileño, hijo de «familia trabajadora», con estudios superiores inacabados y «mucha autoformación». Trabaja como dinamizador cultural y columnista en diversos medios. Su trayectoria política también está ligada a los movimientos sociales de un modo general, normalmente a través de su actividad vital-laboral que es la dinamización cultural y la escritura en varios medios de prensa. Su perfil ideológico, dice, «ha cambiado o ha evolucionado de alguna manera», desde «la izquierda más tradicional, de origen marxista» a sentirse más cercano a «procesos libertarios», aunque no se reconoce tanto en la idea de «anarquismo». Pone como referencia las colectivizaciones durante la República —que considera que constituyen «la parte más inexplorada de la historia de este país»— quizás por lo que tienen de unión entre las inquietudes políticas y la vida. En su caso, cuenta que en su calidad de trabajador autónomo que se dedica a lo que le gusta, sus inquietudes profesionales y políticas parecen ir de la mano. Trabaja a menudo con las instituciones y afirma que le importa más lo que se hace que el color político del que lo hace. Fue un miembro muy activo de la asamblea del 15 M en su barrio del centro de Madrid y después estuvo muy implicado en el proyecto municipalista Ganemos, con el que ahora mantiene algo más de distancia.
Adán es uno de los creadores y ejecutores del festival Noches de Ramadán, al que subyace también esta idea de sacar a la luz lo oculto, lo que la gente desconoce. El festival nació en 2005, a partir de dos hitos: la inquietud por el aumento de la islamofobia tras los atentados del 11 de mayo de 2004 en Madrid y el deseo de difundir las músicas que conoció en el festival Timitar de Agadir en julio de ese año: Fueron los dos motivos: uno, para intentar que no se creara un foco [de islamofobia] sobre la población que existía en el barrio, que ya eran vecinos y vecinas como otro cualquiera, y otro para mostrar esa riqueza cultural que aquí no se mostraba […].
Toda la cultura árabe que se mostraba oficialmente era, como yo digo, la más tradicional, la del laúd. Toda la parte más moderna… nunca te contaban que había grupos de electrónica, ni grupos jevis, ni que había raperas… todo eso está ahí como en cualquier otra parte del mundo.