
Nahel tenía 17 años. Fue asesinado por la policía. La lista de jóvenes árabes y negros asesinados en circunstancias similares es larga. El lema «la policía mata» es tangible.
La policía tiene licencia para matar porque en la gran mayoría de los delitos cometidos no ha habido condena. La policía mata y la justicia avala cuando las víctimas son habitantes de los suburbios, clase trabajadora. ‘Los jóvenes de los barrios populares merecen la pena de muerte por la menor ofensa’, es esencialmente el mensaje enviado por el gobierno a sus fuerzas ‘de seguridad” que actúan con total impunidad.
Cuando los hechos hablan por sí solos, cuando la verdad se impone por la fuerza de las imágenes, la propaganda racista no duda en recurrir a burdos procedimientos de manipulación para exculpar al autor del crimen y, al mismo tiempo, mancillar la memoria de los víctima. El respeto por una familia en duelo y la víctima no cuenta. La policía tiene necesariamente ‘razón’ en matar árabes y negros. Los medios de comunicación y el poder político repiten incansablemente los mismos clichés racistas, el mismo desprecio de clase.
La “emoción” simulada de un Emmanuel Macron no será suficiente para calmar la ira legítima de los habitantes de los barrios obreros. La historia parece repetirse. En 2005, tras la muerte de los dos jóvenes Zyed y Bouna, la insurrección duró un mes en todos los barrios populares para denunciar el racismo y la
discriminación.
La historia parece repetirse porque las mismas causas producen siempre los mismos efectos: la violencia económica, la violencia policial y el racismo de Estado generarán siempre las mismas reacciones populares.
La policía es por naturaleza una institución violenta. Su papel es reprimir, incluso matar. Los chalecos amarillos son muy conscientes de ello, ellos que también han tenido que sufrir la extrema violencia del aparato policial. Matar, amputar, cegar, apalear para asegurar el orden de los dueños y de los capitalistas. La propaganda oficial siempre nos cuenta la misma fábula cuando la policía mata: es un acto aislado. Sin embargo, el número de asesinatos de jóvenes de barrios obreros demuestra perfectamente que la violencia es el corazón palpitante de la policía. El racismo es su alma. La situación insurreccional en los barrios populares es una consecuencia lógica y legítima. Ante una institución policial que asesina con total o casi total impunidad, sólo queda la revuelta. El equilibrio de poder es la única opción cuando la clase política finge indignarse, cuando la justicia finge juzgar y cuando la policía finge (…)
Saludamos la memoria de este niño asesinado y la de todos los que cayeron bajo las balas de la policía.
Fuente: Comité Action Palestine