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Fue en 1976 cuando en Río Tinto, Huelva, se encontró algo insólito, algo que no encajaría con los esquemas mentales de muchos científicos.

En plena explotación minera de mineral, una escavadora abrió con su pala un enorme agujero, allí aparecieron restos de lo que parecía un asentamiento prehistórico… El hallazgo causó impresión, se localizaron más de setenta esculturas de humanoides o seres muy especiales.

Aquellas esculturas parecían representar seres humanos de todo el planeta por la diversidad de rasgos que representaban. Posiblemente todos ellos llegaron a esta zona de Huelva llamados por su riqueza en minerales preciosos, tal vez fueran estas las famosas minas de Tarsis, de donde los sorprendentes tartesios extraían el oro y plata que admiraban los egipcios y sumerios…

Aquellos bustos dieron origen a la posibilidad del uso de mano de obra esclava, eran representaciones muy detalladas y exactas (para el nivel artículos de los autores). Los problemas surgen cuando se representan seres con rasgos amerindios, de Sudamérica, rasgos faciales de aquellas latitudes en Europa, en Huelva, ¡¿hace más de 3000 años!?

Esteban Márquez Triguero, ingeniero y arqueólogo, detuvo las excavaciones en la zona ya que estaban siendo sometidas a expolio. Posteriormente comenzó a estudiarlas. El origen de las estatuas era la zona de Río Tinto, de forma incuestionable.

La segunda conclusión es que su manufactura era obra tartesia, o tartésico-fenicia. Ello, de nuevo, aseveraba la importancia del hallazgo y la localización entre Huelva, Sevilla y Cádiz del reino perdido de Tartessos.

Pero también se llegó a plantear que fueran el producto de una vieja y perdida civilización…Y no hubo quién no pensó en la Atlántida…

La universidad de Granada estudió las figuras, no pudieron datar las mismas, pero por la pátina que las recubrían afirmaron: “son muy muy antiguas, desde un punto de vista geológico”.

El principal problema de las figuras es que hay figuras que presentan rasgos de homínidos y ni tartesios ni fenicios coincidieron con ellos… Ni tampoco los atlantes en una época remota (11000 a.C.)…

Las figuras también representan al Australopithecus y a los Neanderthales… ¡¿Cómo!?

Se estaba con un imposible… Los primeros desaparecieron de la faz de la Tierra hace un millón de años y los segundo hace más de treinta mil años…Su existencia es conocida por los fósiles hallados en el siglo XX.

No se puede explicar satisfactoriamente y, o los tartesios y/o fenicios realizaron expediciones arqueológicas y reconstruyeron como fueron nuestros ancestros, o sobrevivieron algunos ejemplares de estas especies y fueron representada, o los autores convivieron con esas razas hace mucho tiempo…Sea como fuere parece todo un desafío a la Historia y a la Ciencia.

Hoy día, se pueden contemplar en el Museo Posada del Moro de Córdoba, como mudo recuerdo de un pasado que, hoy, desconocemos.

Anexo

(*Texto y fotografías cortesía de Luisa Alba) Un conjunto de setenta esculturas que representan imágenes de humanos, homínidos y humanoides, con una antigüedad superior a 11.000 años, fueron descubiertas en el área minera de Ríotinto (Huelva). Este hallazgo pone de manifiesto que todas estas especies pudieron convivir en el mismo tiempo y lugar que supuestamente corresponde a la civilización tartéssico-atlante.

En 1974, en la zona conocida como «Llano de los Tesoros» del área minera de Ríotinto (Huelva), en donde abundan las galerías subterráneas, las máquinas excavadoras horadaron accidentalmente la cubierta de una cueva sellada, extrayendo con su pala huesos humanos, cerámicas y esculturas, que fueron llevadas a Torrecampo por el geólogo Esteban Márquez Triguero para ser estudiadas.

Las 70 esculturas recuperadas representan la diversidad racial del planeta, lo que ya es sorprendente. Pero, además, figuras de homínidos y otras aún más extrañas, de rostro triangular, boca menuda y ojos oblicuos. Este conjunto escultórico fue realizado hace más de11.000 años.

Demostrada su autenticidad por las universidades de Córdoba y Granada, el hallazgo plantea la posibilidad de que los personajes representados en las esculturas pudieron corresponder al mismo periodo y lugar en que la leyenda sitúa la Atlántida. Y, de aceptarse la existencia de ésta, tendríamos que admitir que en el mítico continente convivieron los humanos de nuestra especie, los homínidos y unos seres de aspecto «un tanto rato».

Al observar el realismo de estas esculturas, se deduce que los artistas que las realizaron tuvieron ante ellos posando a los modelos originales de dichas figuras, o bien unas referencias muy precisas sobre todos los detalles de la anatomía de nuestros supuestos antecesores.

Podríamos estar ante uno de los hallazgos arqueológicos más enigmáticos y más importantes para la historia de la Humanidad, pues bien pudiera ocurrir que estas esculturas sean los testigos silenciosos de un pasado bien diferente al que hemos reconstruido para la especie humana.

Según el historiador y arqueólogo Rafael Gómez Muñoz, «el hecho de que este grupo de esculturas apareciese en una explotación minera de oro, cobre y plata, conocida desde los primeros tiempos de la antigüedad, y que se hallan encontrado huesos humanos me hace suponer que los personajes representados debieron estar relacionados con el entorno minero y me lleva a preguntarme si los homínidos sirvieron como mano de obra, dada su inferioridad intelectual. Pero de ser así, me cuestiono el motivo por el que homínidos trabajaron para el Horno sapiens y fueron enterrados juntos y con los mismos honores, podíamos encontramos ante un pueblo donde no existían desigualdades sociales, ya que ellos realizaron el duro trabajo de las minas por su inferioridad intelectual, pero tuvieron el mismo rango funerario que sus señores».

Los primeros estudios geológicos realizados a estas esculturas las sitúan en una época pretartéssica desde el punto de vista histórico convencional. Sin embargo, para los historiadores más progresistas Tartessos fue una civilización que se desarrolló en épocas muy anteriores a las establecidas oficialmente para esta cultura, por lo que ven en ella un testimonio arqueológico atlante, ya que consideran que la sociedad de Tartessos pudo ser la heredera directa del antiguo reino atlante.

Las esculturas debieron estar sustentadas sobre una base cuadrada y apoyadas contra una pared o columna, tal y como parece indicar la parte posterior de los bustos, qué es bastante lisa. Junto a ellas se encontraron también representaciones de leones y linces. Las cabezas presentan una pátina compuesta de sulfatos y complejos minerales procedentes de las aguas residuales de la actividad minera, dato que confirma que su procedencia fue el área de Riotinto.

Estas esculturas, concentradas hoy en Torrecampo (Córdoba), en la Casa-Museo Posada del Moro, podrían haber querido ser una fiel representación de las razas humanas existentes en aquella época: europeóides, negroides, mongoloides y amerindios. Entre los homínidos aparecen varios tipos de Australopithecus. Independientemente de la intención con que fueron realizadas estas esculturas, lo cierto es que nos darían una referencia sobre nuestro origen. Y estos humanóides debieron mantener una estrecha relación con los habitantes de la región, ya que fueron representados como formando parte de la colectividad. Según el historiador Gómez Muñoz, «resulta demoledor para un arqueólogo e historiador convencional como yo observar esta muestra, pues parece indicarnos que los homínidos convivieron con el humano moderno, lo que rompe de lleno la teoría de la evolución de Darwin». Por su parte, el epigrafista Jorge Díaz añade que «nos encontramos ante innegables representaciones escultóricas de una especie intermedia entre el mono y el humano moderno; es decir, frente a individuos con caracteres simiescos que, sin lugar a dudas, son del tipo hominóideo paleoantropo».

Un hallazgo marginado

Efectivamente, allí están representados diversos tipos de Australopithecus que debieron haberse extinguido hace un millón y medio de años; también aparece.

Las preguntas que nos plantean las esculturas resultan muy incómodas para la ciencia oficial, puesto que sacuden los mismos cimientos del concepto de evolución biológica y cultural. Tal vez sea ésta la razón que explique como, a pesar de su posible trascendencia e importancia histórica, permanezcan ignoradas en un pequeño museo privado de un recóndito pueblo andaluz.

La autenticidad de las piezas

El conjunto escultórico de Torrecampo ha sido analizado por los departamentos de mineralogía y petrología de dos universidades andaluzas: las de Granada y Córdoba. En ellos se aplicaron diversas técnicas de análisis y datación, entre otras la de Difracción de Rayos X y la de Espectroscopia de inducción de Plasma. De este modo se confirmó su autenticidad mediante el siguiente informe:

«La roca de la que están labradas procede de las antiguas canteras del Mioceno Superior de Niebla (al este de Huelva) y su cortificación exterior está compuesta por óxidos y sulfatos de las aguas residuales del área minera, así como por una gama de elementos químicos de los criaderos minerales, tales como hierro, cobre, plomo, cobalto y otros que se asocian a ellos, como el litio, vanadio, bario, lantano y zirconio, procedentes, tal vez, de la actividad humana, tanto minera como metalúrgica. La analítica realizada en Córdoba de las muestras de estas esculturas describe el material con que fueron elaboradas como una arenisca calcárea rica en restos de fósiles marinos”.

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