Por Xavier Villar
La mayoría de los «expertos» occidentales analizan a la República Islámica desde una serie de principios que se consideran evidentes y transparentes, sin necesidad de explicación, y que contribuyen a fijar en el imaginario occidental una percepción preestablecida sobre el país.
Uno de esos principios evidentes utilizados para describir a la República Islámica en términos políticos es la categoría de «teocracia». Es decir, estos análisis buscan establecer en el imaginario colectivo la idea de que la República Islámica es una teocracia, lo cual, a su vez, contribuye a fijar y reforzar la imagen de autocracia, control clerical y opresión religiosa frente a lo secular, supuestamente evidente en Irán.
La circulación de imágenes discursivas de este tipo sirve, como apuntaba la filósofa Julia Kristeva, para tranquilizar, de manera temporal, la propia imaginación que crea esas imágenes mediante el uso de estereotipos. Sin embargo, al mismo tiempo y gracias a ese mismo uso de los estereotipos, impide la creación de un nuevo imaginario político.
En el caso concreto de la categoría de «teocracia», el imaginario que se pone en marcha sirve para establecer una conexión entre la República Islámica actual y toda la tradición orientalista, especialmente con una manera despótica y autoritaria de gobernar, que se asocia típicamente con el Islam.
La idea del «despótico Oriente» forma parte de la tradición antimusulmana que ha dado forma a la ideología occidental. Desde sus orígenes, Occidente se ha construido como el «otro» de Oriente, particularmente el «otro» del Islam. Según Edward Said, la idea de Occidente que surgió durante la Ilustración se presenta con una serie de características que supuestamente están ausentes en el Islam. Por su parte, Joseph Massad, en su obra «Islam in Liberalism», argumenta que la supuesta identidad democrática de Occidente y la supuesta identidad despótica del Islam como su «otro» son actos de autoconstitución y proyección, utilizados como estrategia imperial para la dominación política de ese «otro».
La oposición entre democracia y despotismo, así como la histórica confrontación entre Occidente y el Islam, encuentra su origen, según la visión hegemónica, en la antigua Grecia. La idea de una Grecia democrática en contraposición a una Persia despótica ha quedado plasmada en la historiografía y sigue siendo una de las formas más evidentes de dividir Occidente y el Resto. Al construir retrospectivamente sus raíces en la Grecia clásica, Occidente destaca la democracia como uno de sus componentes característicos.
En este mismo sentido, Tomoko Masuzawa, en su obra «The Invention of World Religions», argumenta que los europeos modernos perciben que sus lenguajes y el griego clásico pertenecen a la misma familia de lenguas, lo que les proporciona un legado cultural directo que se vincula con las supuestas conquistas de sus antepasados. Según ella, «La división profunda de las razas implica la conmensurabilidad y conmutabilidad de las gentes, lenguajes y ‘espíritus’ que comparten una misma familia, incluso si están separados por una enorme distancia espacial o temporal. Por eso mismo, un inglés del siglo XIX puede presumir de un vínculo esencial entre él y un ateniense del siglo IV a.C., mientras que un musulmán, a pesar de todo su conocimiento sobre Aristóteles, no puede presumir de dicho vínculo».
En este sentido, se puede afirmar que la democracia no funciona como una categoría universal, accesible para todos los pueblos, sino como una posibilidad política exclusivamente asociada a Occidente. Es decir, la democracia se convierte en un símbolo representativo de Occidente. En otras palabras, solo siendo occidental es posible tener democracia. Esta perspectiva discursiva no tiene en cuenta otras formas políticas de establecer una gobernabilidad justa y participativa.
La intención detrás de la identificación de la República Islámica con la categoría de «teocracia» es la de situar a Irán en un pasado anacrónico dentro de la línea temporal y, por lo tanto, alejarlo de la modernidad representada por la configuración secular dominante en Occidente. Las descripciones que se pueden leer en los medios de comunicación, donde se califica al gobierno iraní como una «dictadura religiosa» o un «gobierno de los mullahs», forman parte de ese intento por anclar a la República Islámica en el pasado.
Estos análisis simplifican excesivamente asuntos altamente complejos y reflejan un prejuicio ideológico y/o falta de comprensión. Como hemos visto, el objetivo principal al movilizar imágenes discursivas basadas en estereotipos es mantener un dominio y control político sobre la República Islámica. En otras palabras, al retratar a Irán como un anacronismo en términos políticos, se sugiere que solo puede liberarse de ese pasado despótico «gracias» a la intervención Occidental.
Por otro lado, desde un punto de vista político-teológico, la categoría de «teocracia» no puede aplicarse a la República Islámica. El campo del Islam en Irán sigue siendo dinámico, policéntrico e independiente. Organizativamente y estructuralmente, esto limita el establecimiento de una jerarquía centralizada inherente a la formación de una teocracia. La presencia de una figura como la del Wali e faqih no altera esta condición. Por último, se puede señalar que la distribución circular del poder, en la que los individuos tienen la libertad de elegir a sus propios mujtahids para emular, desafía la esencia misma del orden jerárquico central inherente a un régimen teocrático.
A diferencia de los amplios conceptos verticales de autoridad asociados con la teocracia, el patrón islámico de liderazgo, basado en las obligaciones mutuas entre líderes y seguidores, es circular. En otras palabras, existe un conflicto inherente entre los patrones de autoridad de la jerarquía teocrática y la circularidad de la teoría de Wilayat al-Faqih.
Una vez comprendida la diferencia en términos políticos entre la teocracia y la realidad política en Irán, es posible romper la circulación de esa imagen que intenta, mediante estereotipos, construir al Islam como un algo anacrónico y sin relevancia para el mundo actual.
Xavier Villar es Ph.D. en Estudios Islámicos e investigador que reparte su tiempo entre España e Irán.