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Destinados a un público elitista, para una esfera privada y con una estrecha relación entre sexo y ciencia médica, diversos autores musulmanes desarrollaron un género muy transgresor para su época.

A comienzos del siglo XVIII, el orientalista Antoine Galland tradujo el clásico Las mil y una noches; se trata de una recopilación de cuentos anónimos que fueron muy populares en Oriente Medio. El ambiente puritano de Europa quedó impresionado con aquellas imágenes de sensualidad y exotismo llegadas desde el otro extremo del Mediterráneo. Sin embargo, el éxito de la obra distorsionó nuestra visión del mundo musulmán, dando lugar a una corriente literaria tan estética como, a su vez, alejada de la realidad.

AMOR, SEXO Y MEDICINA.

Para acercarnos de manera adecuada a este género debemos tener en cuenta varios elementos. En primer lugar, el carácter elitista de los autores y sus destinatarios, miembros todos ellos de las élites urbanas. En segundo lugar, el ámbito privado en el que se desarrollan sus contenidos y, por último, la estrecha relación entre el sexo y el conocimiento médico. La afectividad fue un tema recurrente en la poesía preislámica que perduró tras el triunfo del islam. Durante el califato omeya (660-750) se adoptaron múltiples enfoques, desde el amor platónico descrito por Yamil Butayana al erotismo de Farazdaq o Umar Ibn Abi Rabi´a. La expansión del estilo de vida urbano hizo que el arte desbordase los marcos tradicionales. El realismo se impuso al ideal, haciendo que las relaciones íntimas fueran abordadas de manera más explícita. La llegada del califato abasí (750-1258) abrió el islam a nuevas influencias, sintetizando con éxito la herencia griega, persa e india. Además, los lujos de la vida cortesana ejercieron una fuerte influencia en la poesía, impregnando sus versos de libertinaje y descaro. Los ejemplos son variados: el vitalismo báquico de Omar Khayyan, la homosexualidad sin complejos de Abu Nuwas… También los tratados eróticos tuvieron gran aceptación entre la aristocracia. Autores como Abu al-Hassan, Ibn Sina o al-Yahiz disertaban sobre costumbres y salud sexual. Tras el colapso de los abasíes, la irrupción de nuevos poderes modificó los estándares literarios. El sultanato mameluco de Egipto (1250-1517) recuperó los textos bagdadíes sobre la vida palaciega. Vino y seducción aparecen reflejados en la obra de al-Suyuti, Shafi al-Din, Ibn Sudun al-Bashbughawi e Ibn Afif al-Tilimsani, entre otros. Paralelamente se desarrolló un tipo de poesía homoerótica que ni se limitaba a una descripción superficial del cuerpo masculino, ni quedaba restringida a la alta sociedad. Autores como al-Tifasi, Ibn Daniyal o al-Safadi encajan en esta categoría. Hasta la llegada del Imperio otomano (1288-1923), las letras turcas habían desatendido el amor, pero Nesîmî, Sheyhî y Ahmet Pasha allanaron el camino a varias generaciones de poetas. Mientras, en el reino tunecino de los hafsíes (1229-1574), al-Nafzawi componía una excelente prosa erótica. Su talento era tal que atrajo el interés del visir al-Zawawi.A través del Corán y la Sunna se establecieron los términos de una sexualidad adecuada, tanto desde un punto de vista lúdico como reproductivo. El matrimonio quedó fijado como modelo lícito por excelencia, sin olvidar la poligamia o el concubinato. Por contra, la ley islámica prohíbe cierto tipo de conductas, entre ellas la violación y la pederastia, que nuestra sociedad también reprueba. En una posición intermedia quedaron la prostitución y la homosexualidad, proscritas sobre el papel pero toleradas de facto.

Los textos eróticos se apoyaban en un particular sentido del humor, basado en las anécdotas y el lenguaje obsceno. Este subterfugio permitía abordar aquellas prácticas sexuales consideradas ilícitas, al tiempo que proporcionaba una educación sexual más completa. Tampoco podemos ignorar el carácter transgresor del género, burlesco en ocasiones, que buscaba sacudirse los condicionantes morales de la época.

TRADICIÓN ANDALUSÍ.

 Al-Ándalus formaba parte del panorama cultural islámico y se contagió de sus modas literarias. El poeta cordobés Ibn Hazm (994-1064) nos legó una obra tan exquisita como influyente: El collar de la paloma. Hijo de un alto funcionario llamado Ahmad, pudo disfrutar de una vida placentera en las décadas finales del califato. Durante el colapso del poder omeya, participó en intrigas que lo llevaron a la cárcel y al exilio. Tampoco encontró acomodo en el nuevo orden taifal, pues reyezuelos como Badis de Granada o al-Muta´did de Sevilla se convirtieron en blanco de sus críticas. Tras una vida de peregrinaje intelectual, Ibn Hazm acabó retirado en tierras onubenses, rodeado de su familia y un puñado de seguidores. Volvamos a retomar El collar de la paloma. Se trata de una risala, género epistolar lleno de referencias eruditas, que compuso a los veintiocho años de edad en Játiva. Todo comenzó con el requerimiento de un amigo que tenía ciertas dudas sobre el amor. Para responder de manera adecuada, Ibn Hazm estructuró su texto en treinta capítulos, dotados de una impecable combinación de estilos. Mientras la prosa describe los aspectos mundanos de las relaciones humanas, los poemas aportan un contra-punto intimista y creativo. Más allá de las cualidades formales, el autor se apoya en las vivencias de sus coetáneos para reforzar sus afirmaciones. Con ello consigue un grado de precisión que, sumado a las numerosas anécdotas, adquiere cierta comicidad. Así, tenemos noticia del “niño negro nacido de dos padres blancos”; de la recién casada que rechaza a su marido al descubrir el gran tamaño de su pene; del príncipe que se sintió atraído por un  jovencito del séquito, o de las mujeres que mantuvieron relaciones sexuales durante un viaje a La Meca.

A TRAVÉS DEL CORÁN Y LA SUNNA SE ESTABLECIERON LOS TÉRMINOS DE UNA SEXUALIDAD ADECUADA, TANTO DESDE UN PUNTO DE VISTA LÚDICO COMO REPRODUCTIVO

¿Nos encontramos frente a una obra erótica? En absoluto. Ni se ajusta al contenido de dicho género, ni la riqueza descriptiva de Ibn Hazm precisa de un lenguaje explícito. Esto es debido, entre otras cosas, a la finalidad moral de esta obra. En sus últimos capítulos descubrimos gran cantidad de citas religiosas y jurídicas que exaltan una sexualidad contenida; incluso la abstinencia es puesta en valor. Respecto a la homosexualidad, se muestra especialmente severo, sobre todo con los hombres, pues hace referencia a castigos tan brutales como el fuego o la lapidación. El costumbrismo también juega un papel importante. Gracias a su celo descriptivo somos partícipes de las fiestas que se celebraban en la Córdoba del siglo XI. Jardines en flor, invitados de buena cuna y devaneos amorosos se dan cita en varios episodios. Este microcosmos aristocrático se valía de mensajeros o espías de parejas, cuyo desempeño solía recaer en personajes femeninos del pueblo llano. Tejedoras, hilanderas o vendedoras ambulantes aportan una información en absoluto trivial. Eran mujeres que trabajaban fuera del ámbito doméstico y ocupaban un lugar visible en el espacio público. Aun así, no podemos obviar el sesgo clasista que impregna determinadas escenas.Otro de los aspectos a tener en cuenta es el carácter autobiográfico de algunos pasajes. Por un lado, relata sus primeros escarceos con esclavas y, por otro, desgrana los infortunios de su vida personal. Recordemos que la familia del poeta cayó en desgracia durante la crisis final del califato. Alguna de estas penurias tenían responsables concretos, e Ibn Hazm aprovechó su talento para saldar cuentas pendientes. Sin llegar a identificarlo, dedica estos versos a un antiguo visir: “Cuando la fortuna era acogedora, me dabas desvíos, y hoy que la fortuna se desvía, me das buena acogida (…)”. ¿A qué obedece esta doble lectura? La risala, además de satisfacer la petición de un amigo, supuso una catarsis para el autor. Podemos decir que El collar de la paloma encierra una elegía, un tributo nostálgico al pasado juvenil.

JAIME AZNAR

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