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Guadi Calvo*

Túnez ha sustituido a Libia, como la última vía de escape hacia Europa, por los miles de
desplazados, tanto de África, como de Medio Oriente y en menor escala, de Asía
Central. Tras un peregrinaje de miles de kilómetros, que en muchos casos no logran
terminar, muriendo en las soledades del Sahara, perdidos o abandonados en mitad del
desierto, por traficantes que optaron por no concluir con su trabajo, los sobrevivientes,
pretender llegar a algún puerto del sur del Mediterráneo, a riesgo de todo por llegar a la
costa europea.


La nueva condición del país magrebí, ha generado presiones de la Unión Europea (UE),
al gobierno del presidente tunecino Kais Saied, que ya en varias oportunidades advirtió
a Bruselas, sede de la UE, que su nación; “no actuará como guardia fronterizo”, por lo
que cómo lo piden los europeos, Túnez no va a impedir que se sigan sucediendo las
salidas al Mediterráneo, y que solo controlará las fronteras terrestres, para que, vía
Argelia y Libia, no sigan llegando más desplazados.


En plena controversia entre Túnez y la UE, se conoció que el pasado viernes siete
naufragó una embarcación frente a la ciudad de Sfax, dejó al menos un muerto, al
tiempo que otras diez personas estaban desaparecidas. Estas cifras se suman, a los 608
muertos, que ya se habían producido en lo que va del año, frente a las costas tunecinas,
mucho más que en cualquier año anterior. Mientras, las autoridades informan que, en
ese mismo periodo, se ha impedido la partida de unas 33 mil personas, que intentaban el
cruce del Mediterráneo.

En un acuerdo anterior entre la UE y Túnez, sobre el control de los flujos migratorios
hacia Europa, se habían anunciado el aporte de 105 millones de euros, para la
persecución de los traficantes, el equipamiento de los guardacostas y la facilitación de
los trámites de repatriación. Pacto que de ninguna manera ha alcanzado para contener la
continuidad de estos intentos, dados por el constante agravamiento de las razones
políticas, económicas y climáticas, que expelen a millones de africanos de sus países.
En esta situación, el presidente Saïed, sigue negando a admitir, que su país, ya se ha
convertido en un punto clave del tránsito ilegal de refugiados y reclama que, para la
solución del fenómeno de la migración, se deben solucionar las causas, y no limitarse al
tratamiento de las consecuencias.


Dada la grave situación económica de Túnez, con una deuda que representa el ochenta
por ciento de su PBI, una inflación promedio, del diez por ciento mensual desde
principio del 2023 que, en algunos rubros puntuales, como el de la alimentación, llega a
un treinta y el acuerdo con el FMI, para la financiación de su presupuesto, varado. El
presidente Saïed ha encontrado en los migrantes, el chivo expiatorio para justificar los
males de su país. Por lo que, desde su discurso de mediados de febrero último, donde
llamó a terminar rápidamente con la inmigración ilegal, acusándola de ser el factor
fundamental para tanta violencia y robos. Desde entonces el país magrebí se ha
convertido en un infierno para los migrantes.


Los padecimientos por la crisis económica, sumada a la constante diatriba del gobierno
y los medios de comunicación, antinmigrantes y refugiados, han multiplicado los
enfrentamientos entre tunecinos y los grupos señalados. (Ver: La teoría del gran
reemplazo a la tunecina).

A fines de mayo pasado, se produjo la más importante de las manifestaciones frente al
edificio de la gobernación, para exigir acciones definitivas para frenar el flujo
migratorio y que se expulsase a todos los subsaharianos de Túnez. Al final de aquella
protesta, donde además se exigió el cierre de las fronteras para los “negros” y su
expulsión, sin más trámites, fue apedreado, un campamento improvisado de sudaneses
escapado de la guerra civil de su país.


Entre la noche del pasado lunes tres y el martes cuatro de julio, en el centro de la ciudad
portuaria de Sfax, la segunda ciudad más poblada del país, con unos 350 mil habitantes,
a 270 kilómetros al sur de la capital, y desde donde parte la mayoría de los viajes
ilegales, se produjeron acciones de extrema violencia por parte de tunecinos, que
atacaron viviendas de inmigrantes establecidos, desde muchos años antes de que este
conflicto tuviera origen.


El pogrom terminó con muchas de las viviendas saqueadas e incendiadas, alcanzando
un nuevo nivel de violencia, que no había pasado de grescas callejeras. Según fuentes
policiales, la causa de esta última andanada de odio, fue el apuñalamiento de un
ciudadano tunecino, por inmigrantes subsaharianos, en la periferia norte de la ciudad.
Tras conocerse la muerte de la víctima del ataque, en muchas calles de la ciudad de
Sfax: bandas de nacionales, salieron a vengar al joven. Diversas fuentes, informan sobre
grupos de motocicletas que se lanzaron a la “cacería de negros”. Aunque la fiscalía
había anunciado la detención de los sospechosos del ataque, que serían tres inmigrantes
cameruneses.


Este tipo de situaciones, son explotadas, ciertos grupos que, montados en la ola
xenófoba, y aprovechando el dejar hacer por parte de las autoridades tanto provinciales,

como nacionales, expulsan a los migrantes de sus casas, para después utilizarlas en
beneficio propio.


Sfax, que es el principal centro económico del país, ha recibido a lo largo del tiempo
muchos trabajadores y estudiantes del resto del continente, recién a principios de año,
cuando ese puerto, comienza a convertirse en la gran plataforma de salida para quienes
buscan llegar a Europa, comienzan los arribos masivos de migrantes.
Ya en el puerto italiano de Lampedusa, se habían registrado hasta junio la llegada de
más de 35 mil personas provenientes de Túnez. Una cifra seis veces mayor a la del
mismo período de 2022.


Una solución casi final.

El incremento del racismo, ya no solo en la ciudad de Sfax, sino también en el resto de
Túnez, ha sido provocado por los discursos presidenciales, donde se acusa de ser las
“hordas” de inmigrantes ilegales, parte de un complot, que pretende cambiar la
composición ética del país, fundamentalmente árabe-musulmán.


Saïed, utilizando la teoría del francés, Renaud Camus, convertido en el mensajero de la
comunidad gay blanca de su país y uno de los tantos ideólogos de supremacistas
blancos, de los Estados Unidos y Europa, ha desencadenado, a lo largo de varias
jornadas, razzias, persecuciones y desalojos de viviendas contra los más de veintiún mil
subsaharianos, algunos de ellos, si en situación irregular.


Entender la migración subsahariana, como parte de un plan criminal para ese cambio
étnico, el presidente tunecino a extendió a sus connacionales más extremos, un
pasaporte para convertir al distinto, o no tanto, ya que existe obviamente mucha
población negra natural del país, en un cómplice del presunto complot. Desde principio

de año ya han sido detenidos más de 3.500 subsaharianos y cuyo próximo destino será
la expulsión del país.


Los hechos que se precipitaron a partir de la noche del lunes tres, obligaron en los días
posteriores a cientos, a instalarse en una playa cercana, entre ellas niños y bebés, las
que, hasta ahora, no han sido rescatadas y que se encuentran en condiciones de
extremadamente precarias: sin agua, sin amparo del sol y el constante miedo de volver a
ser atacados por los fanáticos o atrapados por las autoridades para ser expulsados el
país.


Ya conocidos los ataques de los primeros días de julio y la noticia del comienzo de las
expulsiones de inmigrantes, se ha visto a decenas de subsaharianos en las cercanías de
la estación de tren y ómnibus de Sfax, que buscan escapar.


Durante el pasado domingo dos de julio, entre 500 y 700, refugiados provenientes de
Camerún, Guinea, Chad, Sudán, Senegal, entre otros países africanos, han sido
expulsados de Túnez, incluyendo una treintena de niños y varías embarazadas,
abandonados en la frontera libia, en una zona militar deshabitada entre ambos países.
Según se ha podido conocer en el brutal operativo de la policía tunecina, se produjeron
muertos y heridos, además se le ha quitado sus móviles, para impedir pedidos de
socorro.


Sin posibilidades de seguir su camino y cruzar el Mediterráneo hacia Europa, esperando
escapar de Sfax, antes de ser expulsados al desierto, miles de personas esperan, no
tienen otro destino que el de naufragar en el mar o en las arenas del Sahara.
*Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en
África, Medio Oriente y Asia Central.

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC.

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