
La biografía que realizó Martin Lings (m. 2005) sigue siendo la obra de referencia para conocer la figura de este importante Shayj musulmán.
Fue una de las primeras obras escritas en Occidente desde una nueva perspectiva: la de la descripción del sufismo desde sus propias fuentes y en las palabras de un representante reciente.
El retrato biográfico que hace es bastante fiel. A partir de una biografía en árabe, el Rawdat al-saniyya de sidi Adda Ben Tunis y de los datos aportados por sus discípulos, además de usar la preciosa descripción de un médico francés que conoció y trató al shayj al-Alawi en vida, señala las características de este shayj, su relación con su maestro y sus discípulos, su carácter y su aspiración espiritual.
En una segunda parte hace una traducción de algunos textos del shayj, bien traducidos y seleccionados. Da una buena visión de la profundidad y pensamiento del shayj.
Y en la tercera hace una traducción de algunos de sus poemas y máximas.
En definitiva, es una obra que rezuma amor y reconocimiento por este shayj, y permite entrever la vida y las enseñanzas del shayj al-Alawi con bastante fidelidad.
Una obra imprescindible para quienes quieran conocer el sufismo. Y un buen punto de partida para conocer otras obras de este shayj, como el Mawadd (El fruto de las palabras inspiradas), lubab al-Ilm (Revelación y presencia divina), sus poemas o sus sentencias de sabiduría (Hikmatuhu)
«Conocer a tal persona es como encontrarse cara a cara, en pleno siglo XX, con un santo medieval o un patriarca semita, y ésta fue la impresión que nos produjo el Šayj Al-Haÿÿ Ahmad Bin-‘Alîwa, uno de los más grandes maestros del Sufismo, que murió hace unos pocos meses en Mostagán [14 de julio de 1934].
»Con su chilaba parda y su turbante blanco, con su barba plateada y sus largas manos cuyos gestos parecían grávidos por el flujo de su baraka (bendición) exhalaba algo del ambiente arcaico y puro de Sayyidnâ Ibrâhîm al-Jalîl (Abraham el Amigo de Dios). Hablaba con voz baja y suave, una voz de cristal astillado de la que, fragmento a fragmento, dejaba caer sus palabras… Sus ojos, que eran como dos lámparas sepulcrales, parecían perforar todos los objetos y ver en su cáscara externa solamente una misma y única nada, más allá de la cual siempre veían una misma y única realidad: el Infinito. Su mirada era muy directa, casi dura por su enigmática inmovilidad, y sin embargo llena de caridad. A menudo las largas hendiduras de los ojos se agrandaban súbitamente, como captadas por un espectáculo maravilloso. La cadencia de los cantos, de las danzas y de las encantaciones rituales parecía perpetuarse en él mediante vibraciones sin fin; su cabeza se movía a veces con un balanceo rítmico mientras su alma estaba sumergida en los insondables misterios del Nombre Divino, oculta en el dikr, el Recuerdo… De su persona se desprendía una sensación de irrealidad, tan remoto era, tan inaccesible, tan difícil de aprehender en su simplicidad del todo abstracta… Estaba rodeado, a la vez, de toda la veneración que se debe al santo, al jefe, al anciano y al moribundo.»
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— Martin Lings. Un santo sufí del siglo XX: El Sayj Ahmad Al-‘Alawî. José J. de Olañeta, Editor. Palma de Mallorca, 2001, p. 113.